La muerte es colorida, festiva y risueña

28 de octubre de 2005

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Tania Libertad
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Periódico El Nacional

1 de noviembre de 1993

La muerte es colorida, festiva y risueña

 Angélica Beltrán

 El día que les toca visitar a los vivos, el camino se ilumina con la luz de de las veladoras, la llama humeante de los palos de ocote y los faroles a la entrada de las casas; los familiares y amigos los esperan con alegría y les brindan comida y bebida a granel. Las ánimas de los difuntos, adultos y niños, comen de la ofrenda puesta especialmente para ellos, y luego de 24 horas de convivir con los vivos parten de nuevo hacia el más allá. 

  Para continuar con esa tradición de celebrar la llegada de los muertos, el uno y dos de noviembre el pueblo de México compra flores, fruta de temporada, calaveritas y veladoras; prepara dulce de calabaza y diversos platillos para agradar a los que ya se fueron y regresar de un largo viaje. Esta fiesta, conocida como Día de Muertos, se conmemora desde hace más de 0cho siglos en el país y perdura hasta la fecha, aunque con modificaciones, sobre todo en las ciudades.

En mercados, plazas y centros comerciales se ofrecen productos para adornar honrosamente una ofrenda. Sobresalen calaveritas de azúcar, de chocolate, gomita o amaranto, con ojos de papel dorado, nombres propios o apodos, cuyos precios varían de 30 centavos a 40 nuevos pesos, de acuerdo al tamaño y el material del que están hechas. Las más caras están elaboradas a base de chocolate; las más económicas las de azúcar, y las mejor terminadas, las de amaranto.

El papel picado que por costumbre se trabaja en casa se vende actualmente a 12 pesos la bolsita con 10 cuadros de papel de china con figuras de calaveras. El pan de muerto, coronillas, veladoras, velas y demás artículos propios de la conmemoración de muertos, se venden junto con productos para el halloween de origen anglosajón, que se ha mezclado con la celebración de Todos los Santos. 

 Un culto que sobrevive

Aunque, como estableció el antropólogo César Aguilar, que labora en el Centro de Fomento Nacional para las Artes (Fonart), la tradición de conmemorar a los muertos no se ha perdido con el paso del tiempo. “Este culto sobrevive y toma fuerza en la metrópoli, donde con mayor facilidad se pierden las creencias de nuestros antepasados con la introducción de nuevos matices, como son las fiestas de disfraces, llamadas halloween.”

            Sin embargo, reconoció que “en la ciudad se realizan halloween  muy a la manera de los mexicanos, ya que si bien para los estadounidenses los difuntos son seres malignos que aparecen para asustar a los vivos y vengarse de ellos, para los nacionales la muerte sigue siendo colorida, festiva y risueña.”

            En muchos lugares el halloween es adoptado como pretexto para que los niños  y niñas se les disfrace de brujas, fantasmas, diablitos, dráculas y calabazas, y vestidos de esa manera piden el tradicional ´ quinto para mi calavera ´.

            Estos disfraces que se han popularizado, cuando al principio eran usados solo por las esferas altas de la sociedad, están elaborados a base de manta, rayón y algodón principalmente, con un costo de 20 a 150 nuevos pesos según la talla y la tela de la que estén confeccionados. Los hay de brujitas, Morticia y calabazas, propios para las niñas, y de drácula, diablito y fantasma para los niños. También se venden máscaras a un peso con 50 centavos  las de plástico, y de 30 a 150 nuevos pesos las de hule.

            Estas fechas son aprovechadas pro las discotecas donde se organizan fiestas de disfraces, a las que los adolescentes asisten vestidos de momias, calaveras, muertos desfigurados, demacrados, desangrándose, monstruos, etcétera. Los trajes para adultos junto con las máscaras representan un desembolso de 200 a 400 nuevos pesos.

            Algunos jóvenes, mientras compraban máscaras y disfraces, reconocieron que en sus hogares se celebra la llegada de los Fieles Difuntos con ofrendas. Ello constata que en el Día de Muertos hay una doble celebración; por un lado, oraciones, ofrendas y velas para las ánimas, y por el otro, fiestas de disfraces para divertirse en una de las 365 celebraciones religiosas que los mexicanos conmemoran durante el año.

 El mexicano, pueblo ritual   

      El mexicano es un pueblo ritual en el que persiste la idea de la vida después de la muerte. Quizá por el anhelo de lo inmortalidad la gente coloca sus ofrendas como un acto de amor y recuerdo hacia sus seres queridos que ya fallecieron.

    La llegada de las ánimas se conmemora con júbilo y algarabía y es responsabilidad de los vivos halagar a los muertos con comida, bebida y artículos que en vida les gustaban.

      La señora Clara Hernández, quien se encontraba en el mercado de Jamaica comprando veladoras, señaló que año con año coloca una gran ofrenda en su casa para dar de comer a su marido y a dos de sus hijos muertos. En ella, resaltó, no debe faltar el agua, con la que los difuntos sacian su sed; las veladoras -una para cada difunto- que alumbran el camino; el incienso para guiarlos y el aguardiente, mole, arroz y fruta para convivir con ellos y celebrar su llegada.

            Por la demanda que en estas fechas tienen las flores, en las plazas y mercados de la metrópoli se incrementa su precio. Las más solicitadas son las flores de cempasúchil, símbolo de riqueza y recuerdo, que alcanzan un precio de 10 pesos la docena. Los crisantemos blancos, que se ofrecen a las almas de los niños como símbolo de pureza y ternura, son indispensables el día 31 de octubre cuando se celebra la llegada de las ánimas, su precio oscila entre ocho y 12 nuevos pesos la docena.

            “Nuestras relaciones con la muerte son íntimas, más íntimas acaso que las de cualquier otro pueblo”, dice Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad. Esto se observa en la música popular con canciones como “La vida no vale nada” y “El velorio de Cleto”; en las películas “El ahijado de la muerte” o “La Llorona”, en la gráfica mexicana reconocida mundialmente por los grabados de José Guadalupe Posadas; en la literatura con las novelas “Pedro Páramo” y “El llano en llamas” de Juan Rulfo; en la poesía de Gorostiza: Muerte sin fin, y en la diversidad de calaveritas y cráneos que se elaboran  para adornar casas, negocios y oficinas.                     

 

 

    Este sitio se actualizó por última vez el 28 de octubre de 2005

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