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Periódico El Nacional
1 de
noviembre de 1993
La muerte es colorida, festiva y risueña
Angélica Beltrán
El día que
les toca visitar a los vivos, el camino se ilumina con la luz de de las
veladoras, la llama humeante de los palos de ocote y los faroles a la entrada de
las casas; los familiares y amigos los esperan con alegría y les brindan comida
y bebida a granel. Las ánimas de los difuntos, adultos y niños, comen de la
ofrenda puesta especialmente para ellos, y luego de 24 horas de convivir con los
vivos parten de nuevo hacia el más allá.
Para
continuar con esa tradición de celebrar la llegada de los muertos, el uno y dos
de noviembre el pueblo de México compra flores, fruta de temporada, calaveritas
y veladoras; prepara dulce de calabaza y diversos platillos para agradar a los
que ya se fueron y regresar de un largo viaje. Esta fiesta, conocida como Día de
Muertos, se conmemora desde hace más de 0cho siglos en el país y perdura hasta
la fecha, aunque con modificaciones, sobre todo en las ciudades.
En mercados, plazas y centros comerciales se ofrecen
productos para adornar honrosamente una ofrenda. Sobresalen calaveritas de
azúcar, de chocolate, gomita o amaranto, con ojos de papel dorado, nombres
propios o apodos, cuyos precios varían de 30 centavos a 40 nuevos pesos, de
acuerdo al tamaño y el material del que están hechas. Las más caras están
elaboradas a base de chocolate; las más económicas las de azúcar, y las mejor
terminadas, las de amaranto.
El papel picado que por costumbre se trabaja en casa se
vende actualmente a 12 pesos la bolsita con 10 cuadros de papel de china con
figuras de calaveras. El pan de muerto, coronillas, veladoras, velas y demás
artículos propios de la conmemoración de muertos, se venden junto con productos
para el halloween de origen anglosajón, que se ha mezclado con la
celebración de Todos los Santos.
Un
culto que sobrevive
Aunque, como estableció el antropólogo César Aguilar, que
labora en el Centro de Fomento Nacional para las Artes (Fonart), la tradición de
conmemorar a los muertos no se ha perdido con el paso del tiempo. “Este culto
sobrevive y toma fuerza en la metrópoli, donde con mayor facilidad se pierden
las creencias de nuestros antepasados con la introducción de nuevos matices,
como son las fiestas de disfraces, llamadas halloween.”
Sin embargo, reconoció que “en la ciudad se realizan halloween muy a la
manera de los mexicanos, ya que si bien para los estadounidenses los difuntos
son seres malignos que aparecen para asustar a los vivos y vengarse de ellos,
para los nacionales la muerte sigue siendo colorida, festiva y risueña.”
En muchos lugares el halloween es adoptado como pretexto para que los
niños y niñas se les disfrace de brujas, fantasmas, diablitos, dráculas y
calabazas, y vestidos de esa manera piden el tradicional ´ quinto para mi
calavera ´.
Estos disfraces que se han popularizado, cuando al principio eran usados solo
por las esferas altas de la sociedad, están elaborados a base de manta, rayón y
algodón principalmente, con un costo de 20 a 150 nuevos pesos según la talla y
la tela de la que estén confeccionados. Los hay de brujitas, Morticia y
calabazas, propios para las niñas, y de drácula, diablito y fantasma para los
niños. También se venden máscaras a un peso con 50 centavos las de plástico, y
de 30 a 150 nuevos pesos las de hule.
Estas fechas son aprovechadas pro las discotecas donde se organizan fiestas de
disfraces, a las que los adolescentes asisten vestidos de momias, calaveras,
muertos desfigurados, demacrados, desangrándose, monstruos, etcétera. Los trajes
para adultos junto con las máscaras representan un desembolso de 200 a 400
nuevos pesos.
Algunos jóvenes, mientras compraban máscaras y disfraces, reconocieron que en
sus hogares se celebra la llegada de los Fieles Difuntos con ofrendas. Ello
constata que en el Día de Muertos hay una doble celebración; por un lado,
oraciones, ofrendas y velas para las ánimas, y por el otro, fiestas de disfraces
para divertirse en una de las 365 celebraciones religiosas que los mexicanos
conmemoran durante el año.
El mexicano, pueblo ritual
El
mexicano es un pueblo ritual en el que persiste la idea de la vida después de la
muerte. Quizá por el anhelo de lo inmortalidad la gente coloca sus ofrendas como
un acto de amor y recuerdo hacia sus seres queridos que ya fallecieron.
La
llegada de las ánimas se conmemora con júbilo y algarabía y es responsabilidad
de los vivos halagar a los muertos con comida, bebida y artículos que en vida
les gustaban.
La
señora Clara Hernández, quien se encontraba en el mercado de Jamaica comprando
veladoras, señaló que año con año coloca una gran ofrenda en su casa para dar de
comer a su marido y a dos de sus hijos muertos. En ella, resaltó, no debe faltar
el agua, con la que los difuntos sacian su sed; las veladoras -una para cada
difunto- que alumbran el camino; el incienso para guiarlos y el aguardiente,
mole, arroz y fruta para convivir con ellos y celebrar su llegada.
Por la demanda que en estas fechas tienen las flores, en las plazas y mercados
de la metrópoli se incrementa su precio. Las más solicitadas son las flores de
cempasúchil, símbolo de riqueza y recuerdo, que alcanzan un precio de 10 pesos
la docena. Los crisantemos blancos, que se ofrecen a las almas de los niños como
símbolo de pureza y ternura, son indispensables el día 31 de octubre cuando se
celebra la llegada de las ánimas, su precio oscila entre ocho y 12 nuevos pesos
la docena.
“Nuestras relaciones con la muerte son íntimas, más íntimas acaso que las de
cualquier otro pueblo”, dice Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad.
Esto se observa en la música popular con
canciones como “La vida no vale nada” y “El velorio de Cleto”; en las películas
“El ahijado de la muerte” o “La Llorona”, en la gráfica mexicana reconocida
mundialmente por los grabados de José Guadalupe Posadas; en la literatura con
las novelas “Pedro Páramo” y “El llano en llamas” de Juan Rulfo; en la poesía de
Gorostiza: Muerte sin fin, y en la diversidad de calaveritas y
cráneos que se elaboran para adornar casas, negocios y oficinas.
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