Coordinación de Comunicación Social
Gobierno del Estado de Chiapas
DESPLAZADOS DE SUS COMUNIDADES
Angélica Beltrán
Mpio. Nicolás Ruiz,
Chiapas, México;
6 de
junio, 1998.-
Este día
regresaron a sus casas 33 familias que hace un año fueron expulsadas de
la comunidad, debido a su negativa para unirse al Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN).
Han pasado tres días
desde el operativo de seguridad implementado por el gobierno del Estado
en esta zona, en el que fue desmantelado el municipio autónomo
Ricardo Flores Magón; y pese a que el pueblo parece en calma, la
tensión continúa.
Todos los hombres de la
localidad se han congregado en el parque central, se miran con intriga y
rencor; la mayoría viste pantalón y camisa de manta blancos, traen
sombrero de palma y machete al cinto.
En el municipio Nicolás
Ruiz la mayoría de las familias se dedica a las labores agrícolas, pero
desde antes de la disolución del municipio autónomo ninguno de ellos
trabajaba ya sus tierras, han pasado de la labranza a las asambleas
desde el surgimiento del EZLN.
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Esta mañana de sol
intenso los campesinos han estado horas en el parque central, en espera
de la “junta”; y mientras ésta se sucede permanecen sentados en los
resquicios de las banquetas, bajo el resguardo de las sombras de los
enormes laureles.
Hablan entre ellos casi
cuchicheando cuando pasa algún ladino –el que no es indígena--,
sus ojos parecen reventar del rencor que guardan por los forasteros, que
han venido con la intención de conocer lo que acontece en el lugar, pues
mucho se habla de ello en los periódicos.
Las mujeres del
poblado también se agrupan, y ahora se encuentran, como todas las
mañanas desde hace varias semanas, en la iglesia rezando por el bien del
pueblo.
Al salir de sus humildes
casas de tejas y paredes pintadas de cal, llevan un largo cirio blanco
en cada mano, no miran a nadie, se esconden bajo el velo y caminan
derechito al templo.
Hay gran recelo
entre los pobladores, no pueden ni quieren decir nada acerca de sus
“juntas”; les está prohibido hacer cualquier declaración a los extraños,
y se deshaces fácilmente de ellos con sólo hablar en su lengua y hacer
como que no entienden el castellano.
En tanto, los que fueron
desplazados y ahora regresaron a sus casas sí hablan y cuentan su
historia. No quieren que se vayan los policías que ahora cuidan el orden
en el municipio, de lo contrario, con el uso de la violencia los
vecinos que simpatizan con el EZLN los sacarán de sus chozas y serán
expulsados nuevamente.
Las familias desplazadas
manifiestan su interés por que el gobierno los siga apoyando para evitar
que sean expulsados, dicen que no son gente mala, que no han matado a
nadie ni robado nada, sólo quieren vivir tranquilos, así lo declaran a
los representantes de los medios de comunicación.
Petra, una de las
personas de las cerca de 200 que sufrieron el destierro, llora mientras
dice: “la gente me amenaza a mí a mi familia con matarnos si no nos
vamos del pueblo; así lo harán apenas salgan los policías que resguardan
el lugar”.
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Este día Petra
y su esposo Maclovio regresaron a su hogar luego de casi un año y
encontraron que los pobladores destruyeron su casa. Entonces ella
recordó que el día de la expulsión a su esposo lo sacaron a empujones
cuando se encontraba convaleciente en la hamaca.
Una vez desarticulado
el municipio en rebeldía y el despliegue de elementos de Seguridad
Pública del Estado, alrededor de 100 pobladores que habían sido
expulsados regresaron a sus casas, mismas que fueron destruidas por el
pueblo, ante su enojo por no contar con el apoyo de sus habitantes
cuando se formó el municipio independiente.
Estas familias han
regresado y tienen un trabajo mayúsculo, reconstruir sus viviendas, y
mientras las vuelven a levantar tratarán de estar en calma, aunque los
rumores de una nueva expulsión persisten; la única garantía que tienen,
dicen, es la presencia de las fuerzas armadas, mal vistas por los
pobladores y la opinión pública del país y el mundo.
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