El Nacional/9 de julio de 1993
ANGÉLICA
BELTRÁN
De acuerdo a estudios
metereológicos especializados efectuados en México por organismos públicos, en
aguas nacionales se registran en promedio 24 huracanes anualmente, de los cuales
12 corresponden al Pacífico y el resto al área del Atlántico o del Golfo de
México. Muestreos comparativos realizados entre 1952 y 1977 permitieron conocer
que la zona del Golfo de Tehuantepec, donde se originó el huracán “Calvin”, es
tres veces más activa que otras áreas en las que nacen ese tipo de meteoros.
Sin embargo, aún cuando
los registros citan un mayor número, en la memoria de los pobladores costeños
del litoral del Pacífico han quedado grabados los efectos de cinco huracanes que
arrasaron con docenas -¿miles? – de viviendas y bienes en cerca de un centenar
de comunidades ribereñas, ocasionando también pérdidas humanas de sus seres
queridos. El de más triste memoria se registró en 1959 y dejó un saldo de dos
mil muertos en los estados de Jalisco, Colima y Michoacán. Empero, hay otros de
menor intensidad, que también quedaron grabados en sus mentes.
Los huracanes que afectan directa o indirectamente a México tienen
cuatro zonas matrices o de origen, y en ellos aparece distinto grado de
intensidad que va creciendo a medida que progresa la temporada, que se extiende
desde los últimos 10 días de mayo hasta la primera quincena de octubre.
Existe la circunstancia de que los meteoros finales, en general,
son potentes, y no retornan por sus fases iniciales como los meteoros que pasan
de sistemas lluviosos a depresiones y luego a tormentas tropicales y finalmente
a huracanes, de acuerdo a la explicación ofrecida por el Centro de Previsión del
Golfo de México, con sede en Veracruz.
La primera zona matriz es la del Golfo de Tehuantepec. Esta, por lo
general, se activa en la segunda semana de mayo y marca el inicio de la
temporada de lluvias en nuestro país, que es concomitante con la actividad
ciclónica, influyendo sobre el suroeste del Golfo de México. Según refirió dicho
Centro, los que se forman de julio en adelante por lo regular describen una
parábola, que por la forma del litoral del pacífico mexicano, les hace viajar
paralelos a la costa.
Estos, al tomar la primera rama de su trayectoria ocasionan lluvias
torrenciales a las costas de Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Colima y
Jalisco. En la segunda, penetran a tierra al norte de Cabo Corrientes, afectando
los estados de Nayarit, Sinaloa, Sonora y el extremo sur de la península de Baja
California.
La segunda zona matriz aparece en la porción suroeste del Golfo de
México, en las cálidas aguas que forman la llamada Sonda de Campeche, y entra en
acción en la primera quincena de junio. La tercera tiene como sede el caribe
Oriental, y se presenta en el mes de julio, invadiendo la región insular de las
pequeñas Antillas, formando huracanes de gran recorrido y potencia
extraordinaria, especialmente entre agosto y octubre, llegando a cruzar la
península de Yucatán, afectando los estados de Tamaulipas y Veracruz.
Por último, la cuenca queda en la porción Atlántica, al sur de las
islas de Cabo Verde y ocurre a fines de julio o en agosto. Estos son los
huracanes de mayor recorrido y potencia. Aparecen en el Caribe y penetran al
Golfo de México, con trayectoria parecida a los de la tercera zona matriz,
afectando a las islas Bahamas y a las Bermudas.
Entre los huracanes que han sido registrados por el Servicio
Metereológico Nacional y que han dejado graves secuelas en el país en las
últimas cuatro décadas se recuerda en 1955 la presencia de tres huracanes en el
Golfo de México, -uno llamado Gladis, otro Hilda y finalmente Jannet- que
afectaron la porción norte de Veracruz y el sur de Tamaulipas. En el Pacífico,
hubo uno, a mediados del año 1959 –casi nadie recuerda su nombre- que causó
destrozos de gran magnitud, debido principalmente a la falta de sistemas de
alerta previa e información sobre tormentas tropicales o ciclones.
En la actualidad estos fenómenos se prevén por medio de barómetros que registran
la cercanía del anticiclón que antecede al ciclón, y también por las señales que
presenta la naturaleza: las aguas del mar se mueven en diferentes direcciones,
las olas se elevan por encima de lo normal alcanzando de cuatro a diez metros de
altura, el cielo en el horizonte se torna oscuro y cubierto de espesas nubes de
bordes cobrizos, y se dejan oír fuertes truenos.
El huracán es un viento tropical que gira a modo de torbellino a
una velocidad promedio de 150 kilómetros por hora o más, aunque ya desde los 118
kilómetros por hora es considerado dentro de dicha categoría. Los de
intensidades menores son llamados “tormentas tropicales”.
Ahora bien, el huracán, como tal, se origina en las zonas de calmas tropicales
entre los 8 y 15 grados de latitud de ambos hemisferios. Casi todos se mantienen
alejados de las costas y sus efectos negativos se limitan a pocos lugares, pero
en ocasiones entran a tierra y causan grandes desastres.
Los ciclones o huracanes presagian tormentas y desastres,
y aunque en algunas zonas del país los pobladores están acostumbrados a este
tipo de meteoros, el temor ante los daños siempre está latente, no obstante las
medidas de seguridad que se adopten.
Los huracanes registrados en el Pacífico han afectado en
mayor o menor grado a los estados de Colima, Jalisco, Baja California Sur y
Guerrero. No obstante que sus efectos benefician los cultivos y al ganado,
también acarrean daños materiales y pérdidas humanas. Recordemos, por ejemplo,
el ciclón “Tara”, que en 1961 borró del mapa al pueblo de Naxco en Guerreo, o
el “Arlene” y “Katherine”, que en 1967 ocasionaron el desbordamiento del lago de
Chapala en Jalisco.
Contrariamente a esos casos, en Baja California Sur el
huracán es considerado generalmente como “una bendición” porque trae consigo
las esperadas lluvias después de una larga sequía –de hasta 15 meses- y refresca
la atmósfera que antes de éstos se mantenía a temperaturas de hasta 40 grados
centígrados.
Sin embargo, en ocasiones estos fenómenos sobrepasan en
mucho la necesidad de agua y humedad que requieren las poblaciones y causan
múltiples destrozos. En Baja California Sur, en 1973, un huracán inundó la
ciudad de La Paz y dejó a miles de personas damnificadas. Las olas del mar se
elevaron a cuatro metros e invadieron sorpresivamente casas y calles dejando a
millares de sudcalifornianos sin hogar y un saldo de por lo menos 400 muertos.
El huracán que pasó por Colima en 1959 registró, tan sólo
en el puerto de Manzanillo, 200 muertos. La gran mayoría murió al quedar
sepultada por el fango o golpeada
por derrumbes en sus hogares; el puerto, casi en su totalidad, quedó devastado.
El 27 de octubre de 1959 es una fecha que no olvidarán los
pobladores de las costas de Colima: ese día, vientos huracanados a una velocidad
de 200 kilómetros por hora arrasaron con casas, árboles y postes. Testigos
cuentan cómo techos de lámina volaban por los aires y la población corría
despavorida en busca de un sitio donde refugiarse y salvar sus vidas, mientras
una torrencial lluvia caía por toda la costera.
En el resto de la entidad, las precipitaciones pluviales
alcanzaron los 600 milímetros, lo que en 24 horas ocasionó el desbordamiento de
ríos. La llanura de Tecomán se convirtió en una gran laguna; ahí murieron
ahogadas diversas familias, ranchos completos desaparecieron en medio de la
furia de las aguas desbordadas.
El pueblo de Minatitlán, localizado en la sierra de
Colima, quedó prácticamente sepultado por un alud de lodo y roca, muriendo 250
personas de ese poblado de mil habitantes.
Los ciclones del Pacífico nacen por lo general en el Golfo
de Tehuantepec, con abundancia de lluvias y vientos que varían de acuerdo a las
velocidades, que fluctúan entre los 150 y 200 kilómetros por hora.
Este año, el huracán “Calvin” se presentó nuevamente n las
costas del Pacífico, donde causó estragos principalmente en los estados de
Oaxaca, Guerrero y Colima, aunque no de la misma magnitud que los registrados
en el lapso citado.
En la época prehispánica los mayas consideraban a los
huracanes como el corazón del cielo, dios del rayo y del trueno, y el que
provoca los vientos y las tempestades.
De acuerdo al Popol Vuh, su libro sagrado, los espíritus
creadores de la tierra y el hombre, el relámpago y el trueno, se fusionaban para
dar origen al huracán, el que representaba a su vez la fertilidad.
El valor onomatopéyico del vocablo impresionó a los
españoles a su llegada a América, y por tal motivo lo adoptaron en su propio
lenguaje a su regreso a Europa. En la actualidad se conserva esa imagen fonética
original en los cinco continentes y guarda el mismo significado que le dieron
los maya-quiché.
“Calvin” hizo revivir esa leyenda. Afectó a Oaxaca,
Guerreo, Michoacán, Colima y Jalisco. Sólo que ahora, ese “corazón del cielo”
comenzó a perderse en las aguas turbulentas del Pacífico…
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