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Agencia: Maya Comunicación
16 de septiembre de 2005
LAS DOS FIESTAS MEXICANAS
¿Qué significa ser mexicano?
Angélica Beltrán
Como
cada año este 15 de septiembre los mexicanos celebramos un aniversario más
de nuestra independencia, esta vez se cumplieron 195 años y a pesar del
tiempo y la situación que le ha tocado vivir a cada familia mexicana, en el
corazón de la patria la algarabía y el gusto por la fiesta no se extinguió.
Y a pesar de los lineamientos que en esta ocasión establecieron las
autoridades del gobierno federal y del D. F., delimitando una sección para
la verbena popular y otra para la ceremonia solemne, con el presidente Fox a
la cabeza; el color y el ambiente de lo que creemos significa ser mexicano
no quedó coartado ni aún con las divisiones.
En la plancha del zócalo todo fue orden y disciplina y los niños jugaron
libremente sin ningún riesgo, pues las medidas de seguridad tuvieron éxito.
Se establecieron retenes alrededor de la Plaza Mayor, donde se revisaron a
las personas y sus bolsos para impedir el paso de armas u objetos que
pudieran representar peligro.
Bajo la vigilancia de los hombres del estado mayor presidencial, quienes se
paseaban confundiéndose con la gente, se vendieron recuerdos que adornaron
los rostros y vestimenta de los visitantes, quienes lucieron con orgullo los
símbolos que engalanan esta fiesta: el escudo nacional, la bandera mexicana
y el chile envuelto en un gabán. Estos diseños también quedaron plasmados en
sombreros de palma y fieltro, cintas, globos, paliacates, antifaces,
pestañas, pulseras, collares y demás artículos.
En el preludio al Grito de Dolores, en que el presidente de México debe
vitorear a los hombres que lucharon por hacer de este un país independiente,
y gritar con todas sus fuerzas Viva México desde lo alto, en el majestuoso
palco del Palacio Nacional; se dieron cita también, pero abajo, en el
asfalto, los chamanes: personas que siguen la tradición nahualt; para
realizar limpias a las personas que frente a su altar mexica hicieron fila
para recibir el humo del copal y ahuyentar con ello todo lo negativo.l
ambiente se amenizó con las educadas palabras de los oradores, quienes desde
un templete recitaron sendos poemas patrióticos y sus voces fueron
amplificadas, a través de las gigantes bocinas colocadas en varios puntos de
la Plaza Mayor, donde se colocó también una pantalla gigante que hacía de
monitor de lo que en la televisión mexicana aparecía en ese momento. Del
mismo modo, se oyeron antes los cantores que interpretaron tonadas como:
Guadalajara en un llano, México en una laguna…; La cucaracha, la cucaracha,
ya no puede caminar…; México Lindo y querido si muero lejos de ti…; Negrita
de mis pesares, ojos de papel volando…, y cosas por el estilo.
Del otro lado, en la calle contigua, la 20 de noviembre, donde las
autoridades permitieron que se realizara la verbena popular, se dejó oír una
mezcolanza de música, sobresaliendo ora la música en inglés, ora las
cumbias, ora las baladas románticas y el rock, provenientes de los aparatos
caseros y bocinas de baja fidelidad, desde donde los vendedores de discos
piratas mostraron su mercancía al público; que festejaba la fiesta de
independencia, en compañía de familiares y amigos comiendo lo mismo tostadas
de pata que hot dogs, atole champurrado que refrescos en lata, pambazos,
elotes, buñuelos, quesadillas, tamales y en general todo lo que suele comer
el mexicano como dieta básica: tacos, tortas y tamales. Quien sabe si por
tradición o por economía.
Los
gritos de los vendedores ambulantes, la música que cambiaba a cada paso, el
olor de la comida que también se hacía distinta conforme caminaba uno por
esa transitada calle en días comunes, y ahora alfombrada de confeti, hizo
sentir la vida de un pueblo, como seguramente sucedía en los días de mercado
en el México prehispánico, según lo cuenta Hernán Cortés, en sus Cartas de
Relación.
En derredor de las dos fiestas: la popular y la oficial, los edificios
históricos del Centro, ya considerado patrimonio de la humanidad, volvieron
a ser los testigos mudos del México, que la versión oficial de la historia
dice ser uno mismo, donde se exalta la consigna constitucional de: Todos los
mexicanos somos iguales.
Aunque esta vez ese sueño de la igualdad no pudo hacerse realidad ni
siquiera en la fiesta, donde todo se olvida y reina la comunión entre los
participantes del jolgorio, como creía nuestro filósofo mexicano, Octavio
Paz. Esta vez la división entre la fiesta real y la imagen que se quiere
mostrar al mundo del México lindo y querido no se entremezclaron, ni
siquiera en el festejo del nacimiento de una nueva nación, la nación
mexicana, donde Todos –supuestamente- somos iguales. Y por qué no decirlo
¡Que viva México¡
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