Se hablaba
mucho de las mujeres; pero ¿qué es lo realmente sabemos de ellas?
Georges Duby, historiador francés.
Angélica
Beltrán
La presencia de la mujer en la historia
de la humanidad es escasa; no así en el cine, la novela o la poesía, donde la
figura femenina juega un papel central. Desde los primeros cronistas que
dejaron testimonio de los acontecimientos de la sociedad hasta hace apenas poco
más de tres décadas, el enfoque histórico nunca había apuntado hacia el
conocimiento de la población femenina.
Desde sus inicios hasta ya establecida la
historia como una ciencia social, la mujer casi invisible para los ojos de los
grandes historiadores; fue hasta la década de los años 70 del siglo XX, cuando
el movimiento feminista despertó un amplio interés por el análisis y la
comprensión de lo que concierne directamente a ellas.
La mujer habían pasado desapercibida
para los estudiosos de la Historia; su papel fue considerado secundario en la
sociedad; y por lo tanto, intrascendente como para volver la vista hacia sus
actividades, sus ideas, sus vidas.
En sus inicios, el relato de los hechos
históricos se centró en el tema político y la narración de batallas, donde el
papel de la mujer era poco visible; posteriormente el campo de visión de la
historia se amplió y se incluyeron los temas de la vida material, la vida
privada y la sexualidad.
Las primeras investigaciones de historia
en las que se daba una importancia relevante al papel de la mujer en la sociedad
se realizaron en instituciones universitarias. En Francia en la década de 1970
se elaboró una de las obras más destacadas, fue la coordinada por Georges Duby,
--renombrado historiador francés, especialista del tema de la Edad Media—, se
tituló La historia de las mujeres en Occidente.
Es también en la década de los 70 cuando
se reconoce la importante contribución de las mujeres en los cambios sociales;
ante lo cual ya no son vistas como sujetos pasivos, sino como agentes activos
que hacen cambiar el devenir de la humanidad. El estudio de la mujer dentro de
la Historia se añade desde entonces al amplio campo de la disciplina.
Asimismo, en esa década aparecieron antologías de
obras históricas, en cuya introducción los compiladores evaluaron el potencial
de una historia de las mujeres. Para América Latina: Mujeres
Latinoamericana: Perspectivas históricas
de Asunción Lavrin es la obra más importante en ese rubro.
Los estudios pioneros sobre la historia
de las mujeres en la academia los encontramos tanto en las universidades
francesas con Georges Duby y Michelle Perrot; como en las de Estados Unidos,
con Joan Scott y Louise Tilly.
Las investigaciones en torno a la vida de las
mujeres han tenido diversas líneas de abordaje, en las primeras la atención se
centraba en el estudio del cuerpo
femenino, la sexualidad, la maternidad y la psicología femeninas,
considerándolos elementos primarios y hasta únicos para
conocerlas.
La gran mayoría de esos primeros estudios hacen
un marcado señalamiento de las distinciones que generan las diferencias
sexuales; distinciones que son consideradas, bajo este enfoque, elementos claves
para conocer la posición que ocupa en la sociedad el hombre por una parte, y la
mujer, por la otra.
El género femenino-masculino, se
preponderaba, ya que es a partir de la distinción de los sexos que son asignados
los roles de trabajo y de conductas en los grupos sociales, debido al cual se
produce un sistema de jerarquías donde el hombre domina a la mujer.
Ante este tajante señalamiento se
percibe poca solidez en esos primeros estudios; pues se da por hecho el dominio
del hombre y la consiguiente opresión de la mujer, sin detenerse en el análisis
de esa dialéctica que se genera entre ambos sexos, a través de la historia
general de las relaciones humanas.
En un segundo momento de esas investigaciones, se cae en la auto
fascinación por el estudio del sufrimiento de las mujeres; y se explota una
situación de sumisión y silencio en que han estado las féminas dentro del ámbito
familiar.
Ambos momentos se insertan en la primera etapa del estudio de la
mujer, la etapa militante, cuando los temas a tratar se centraron en el
movimiento feminista y las asociaciones de mujeres en su lucha por la
emancipación femenina.
Sin embargo, y de acuerdo a la apreciación de la
historiadora Arlette Farge, en todos esos casos es notoria una ignorancia de la
historia del feminismo y su articulación con la historia política y social.
De ahí la importancia del trabajo de Georges Duby, que
explora en La historia
de las mujeres en Occidente
los vínculos entre los mundos social y
cultural, y entre el real y el imaginario; el imaginario, referido al conjunto
de imágenes con que cada grupo histórico –en este caso las mujeres- representan
su propia realidad.
Ya desde los años 30 del siglo pasado, aún sin mucho eco,
la investigadora Mary Beard insistía en la importancia de ver el pasado a través
de los ojos de las mujeres; esto porque desde aquellos tiempos se reconocía una
diferencia notoria entre la manera de ver de los hombres y la de las mujeres. Su
escrito más famoso al respecto es América a través de los ojos de las
mujeres.
Lo importante era conocer la idea que tenían las mujeres de
sí mismas y de su papel en la sociedad; sin que mediara en ésta la percepción de
los hombres respecto de los pensamientos y sentimientos de las féminas. Para
ello era importante revisar fuentes tales como correspondencia, diarios y
novelas escritas por mujeres, entre otros documentos.
Clasificación cultural de los sexos
En los años 80 las investigaciones sobre la mujer maduran; ahora
se inserta un elemento más neutral y real, la complementariedad entre el hombre
y la mujer; no obstante, se conoce que a pesar de esta complementariedad,
reina aún un sistema jerárquico que favorece al hombre.
A través del
estudio de los lugares que les son propios a cada género, se enfatiza el hecho
de que: mientras los modos de sociabilidad exclusivos del mundo masculino se
realizan en lugares para el ocio: cantinas, cabarets, partidas de caza, etc.;
los de la mujer son de trabajo, y se ubican en el lavadero, la cocina, el
mercado y la casa.
Asimismo,
mientras que las tareas como la preparación de alimentos, lavado de la ropa y el
cuidado de los niños son casi exclusivos de la mujer, donde ella se las arregla
sola; en los trabajos que realizan los hombres se requiere casi siempre de la
ayuda de las mujeres.
Si bien la
complementariedad es una realidad en que la asociación de la mujer y el hombre
se muestra necesaria, oculta su contenido jerárquico de valores. Esta son
algunas de las conclusiones a las que se llegan en una nueva etapa de dichas
investigaciones.
Por ejemplo, la sociedad campesina codifica y valoriza de modo
diferente esta complementariedad técnica, “labrar-sembrar” (tareas que realizan
los varones) son trabajos nobles, y “desyerbar-cosechar” trabajos subalternos
(tareas que realizan las mujeres). Asimismo, en la familia urbana el trabajo
fuera de casa, en un una fábrica u oficina, tiene mayor valor que la labor
doméstica, que además de no ser remunerada, no es considerada ni siquiera
trabajo.
Ante esta situación, los estudios que han seguido sugieren que se
tenga en cuenta no sólo la división técnica de las tareas, sino también los
valores y los símbolos que se les atribuyen.
A partir de una definición cultural de los espacios
masculino y femenino se construiría un equilibrio real y simbólico entre dos
mundos de los que estarían excluidos enfrentamientos y violencias.
El enfoque que destaca la
dominación masculina sobre la opresión femenina, que hasta entonces subyacía en
esos estudios, deja de ser él único parámetro para conocer las relaciones que se
establecen entre hombres y mujeres.
En las últimas
investigaciones se ha logrado ver, de entre todo ese escenario de rivalidad
entre hombre-mujer y de sufrimiento de las mujeres, la real existencia del poder
de las mujeres dentro de su núcleo familiar y por ende dentro de su entorno
social.
Ya que si estas realizan prácticas destinadas a ayudar a la comunidad, se hace
evidente que tienen, en efecto, un poder dentro del ámbito en que se
desenvuelven. Así también, bajo esta misma óptica, el poder de las mujeres lo
encontramos en la cocina, en la educación de los hijos, en el cuidado de la casa
y en el mercado; entre otros tantos lugares donde ellas llevan la batuta.
Este enfoque, de mediados de la década de los 80, sobre el poder
femenino, representa un nuevo avance en el conocimiento de las mujeres; ya que
si bien los campos donde se desenvuelven era vistos como intrascendentes, son en
realidad los más importantes para la vida material y desarrollo de una sociedad:
la preparación de los alimentos, el cuidado de la casa y de los hijos, entre
otros.
Ya no es válido hablar de una historia de mujeres
Ya considerada como reduccionista la visión que atiende sólo la rivalidad de los sexos y estudia a
la mujer extrayéndola de su mundo, de su sociedad; en las más recientes
investigaciones se plantea la necesidad de estudiar a las mujeres dentro de una
historia de relaciones humanas, ya que ellas se encuentran en constante relación
con hombres, niños y otras mujeres; en función de lo cual: su comportamiento, su
sentir y su visión del mundo.
En los últimos
estudios al respecto ha quedado establecido, como una prioridad, que las mujeres
deben ser estudiadas en función de las relaciones que establecen con los
miembros de su comunidad, en tanto seres sociales que se desarrollan, viven y
participan dentro de un contexto histórico, a través de relaciones humanas; por
lo tanto, ya no sería muy útil hablar de una historia sólo de mujeres.
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